Catalina de Siena nace en 1347 y muere el 29 de abril de 1380. Fue laica dominica. A pesar de su poca preparación se involucró en la convulsa política de su época y el servició a los más necesitados. Mística y Doctora de la Iglesia.
Joven, sin preparación académica y mujer: poco significaba alguien con estas características en la Europa del siglo XIV, pero que a impulsos de su experiencia de Dios se convirtió en maestra de espiritualidad, en indiscutible guía almas, en consejera de todo tipo de personas, laicos, nobles, cardenales, obispos, religiosos, y en una eficaz promotora de la paz. Todo esto bajo el signo de su identificación con Jesucristo con quien se sabe desposada, y a impulsos de una pasión incandescente por la Iglesia a la que ama sin mitigaciones ni rebajas, y por la que arde en amores; ella misma se autodefinirá diciendo «mi naturaleza es fuego», y en virtud de este fuego, habla, predica, ora, se consume, encarnado la perfección de la vida cristiana mixta de la que su hermano en la Orden de Predicadores, Santo Tomás había dicho «es más perfecta la (vida mixta: activa y contemplatiVA) porque es más perfecto arder e iluminar que solo arder o solo iluminar». Catalina supo plasmar en sus escritos una teología de gran valor, elaborada, fundamentalmente en el diálogo interior que sostiene con el Maestro.
La experiencia fundante que vivió a los seis años fue el punto de partida de un proceso imparable. A los 20 años se ubican sus desposorios místicos con Jesús, y a partir de entonces, tiene que dejar su vida de retiro y soledad, para darse a una actividad apostólica inaudita: para sus fuerzas, para su condición de mujer y para el momento que atravesaba la sociedad y la Iglesia. Empieza a darse a los más pobres y abandonados. Enfermos contagiosos y repugnantes que nadie cuida. Tenía una especial capacidad de leer el interior de las personas e ir a la raíz de los problemas. Entre 1370-72, comienza la vida política. Comienza su relación personal y epistolar con grandes personalidades del gobierno y de la Iglesia.
Ella formó una familia espiritual a la que orientó y enriqueció con su doctrina y consejo; pero su influencia y valía fue, a su muerte, expandiéndose rápidamente. Sus obras corrieron de mano en mano por toda Europa, cruzando más tarde el océano. Su figura inspiró con el tiempo la fundación de algunos monasterios y congregaciones y Conventos de la Orden de Predicadores, que la quisieron tener, además, como patrona.
Estamos ante la mujer que recibió tres reconocimientos solemnes por parte de la Iglesia: el Papa Pío II, compatriota suyo, la canonizó en el año el 29 de junio de 1461; Pablo VI la nombró, junto a Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, título y reconocimiento otorgado, hasta ese momento -el año 1970-, exclusivamente a varones; y finalmente, Juan Pablo II, al entrar en el tercer milenio la declaró Patrona de Europa junto a las santas Brígida de Suecia y Edith Stein-. Todo esto nos está remitiendo, sin duda, a una gigante de la fe, a una mujer con peso específico propio.
El mensaje de Catalina hoy, es de indudable actualidad. No sólo porque la sociedad y la Iglesia atraviesan una crisis de desmoronamiento y surgimiento de algo nuevo y diferente, sino porque la persona de entonces y de ahora tiene, en sus manos y en su propia vida, la clave para hacer frente a las adversidades, para asumir su historia, y para llegar a la Felicidad a la que es convocada.
(Fragmentos tomados de Lucía Caram, monja dominica Convento de Sta. Clara, Manresa) Si deseas leer el artículo completo:
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