Ayer, camino de Más Que Silencio, me sentía afortunado pensando «a dónde voy, y a qué«, como diría S. Ignacio. Es una alegría dirigirme a un lugar en donde recibo el regalo de poder meditar junto a otras personas.
Claramente, el silencio compartido es más profundo, y tiene otro «color«, otras cualidades. La predisposición personal a silenciarse se suma a las de otras personas, que reciben y ofrecen a los demás su propia predisposición y su propio silencio.
Es bonito poner nombre y rostro a otros que caminan por el mismo camino en el que uno trata de caminar. Anima y motiva. Personas que no están lejos, están cerca. Que viven en la misma ciudad y se enfrentan a los mismos desafíos de agitación y prisas a los que se enfrenta uno mismo.
En definitiva, es un tesoro poder compartir junto a otras personas, un rato a la semana, la alegría de vivir desde el silencio.
Miguel