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Silencio y arte

El objetivo no es hacer arte, es estar en ese maravilloso estado que hace que el arte sea inevitable

La actitud atenta y relajada durante la creación de una sencilla obra de arte, puede conducirnos a vivir desde nuestro interior profundo. Sin prestar atención a lo externo, sólo al acto que cada momento se produce, viviendo y entregándonos segundo a segundo.

Nos convertimos a la vez generadores y receptores; el tiempo transcurre de manera fluida y algo nuevo aparece.

Lo ideal sería liberarnos del hacer para que se haga a través de nosotros. Esta es la esencia de la naturaleza. Ser pasivos y generadores de vida como el polen, delicado y poderoso.

En sus Tratados de armonía, Antonio Colinas afirma que solo el estado de nada nos pone en comunicación con el Todo. Aquí radica la clave del poder de algunos mantras y plegarias. La repetición vacía la mente y ese vacío es el cauce por el que la armonía fluye hacia el cuerpo. Los mantras y las plegarias también abren surcos de energía en el cosmos. Mantras, plegarias, mandalas, repetición de monosílabos o líneas trazadas una junto a otra… producen efectos similares

Ken Wilber reflexiona de esta forma sobre el extraordinario poder de la obra de arte.

“Cuando contemplamos un objeto hermoso (natural o artístico), toda nuestra actividad queda en suspenso y simplemente estamos atentos, sólo queremos contemplar el objeto, y mientras perdure ese estado contemplativo, no queremos nada del objeto, sólo queremos contemplarlo y que ese estado perdure; no queremos comérnoslo, apropiárnoslo, escapar de él ni modificarlo sino sólo contemplarlo, permanecer en su presencia.

En la conciencia contemplativa desaparece momentáneamente nuestro aferramiento egoico al tiempo y nos relajamos en nuestra conciencia esencial, descansamos en el mundo tal cual es, no tal como desearíamos que fuese. Cuando nuestro ojo descansa en el centro del ciclón contemplamos directamente el rostro de la quietud. En tal caso no hacemos nada por cambiar las cosas sino que sólo contemplamos el objeto tal cual es. Éste es el extraordinario poder que tiene la obra de arte, atrapar nuestra atención y dejarla en suspenso, el poder de contemplar -en ocasiones admirados y en otras en silencio- pero siempre ajenos al desasosiego que caracteriza nuestra vigilia.

Poco importa, en este sentido, el contenido concreto de la obra. Porque la auténtica obra de arte nos atrapa -incluso contra nuestra voluntad- y nos deja absortos y en silencio, liberados del deseo, ajenos a todo intento de apresar, libres del ego y libres de toda contracción sobre nosotros mismos”.

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